Durante años le he visto cómo a hurtadillas se guarda en el bolsillo de la chaqueta una funda de plástico que contiene un papel. Más de una vez he estado tentada de preguntarle por ello, pero no lo he hecho por miedo. Ese miedo a que la respuesta que me dé no sea la que yo espero, no estoy preparada para enfrentarme a ello por lo que nunca he hecho nada por hacerme con el papel sin que él lo supiera.
Hoy como todos los domingos de primavera se levantó poco antes del amanecer. Intentando no hacer ruido para no despertarme se enfundó en su maillot para salir con sus compañeros de pedal a hacer unos kilómetros.
En la riñonera que lleva a la cintura y junto a la documentación guardó el dichoso papel que me trae por la calle de la amargura, el que me provoca ansiedad, el que cada vez estoy más seguro tiene que ver con una mujer.
A eso de las diez de la mañana me llamaron del hospital. Una conductora borracha les había arrollado en la carretera. Mi marido solo tenía una pierna rota que necesitaba intervención quirúrgica, otro de sus compañeros había corrido peor suerte.
Nada más llegar me hicieron pasar a una sala esperando que saliera del quirófano. Allí un celador me entregó una bolsa de basura con sus pertenencias. El maillot estaba hecho trizas. La riñonera, aunque con rozaduras, intacta.
En ese momento, y no sé bien aún por qué, pensé en el dichoso papel. Era mi oportunidad de leerlo. Me armé de valor. Extraje el mismo de la funda de plástico que lo protegía. Era un folio viejo, muy viejo. Lo abrí. Contenía una marca de unos labios de carmín y unas letras. Leí.
“Conserva este beso junto a tu corazón mientras dure nuestra historia de amor.
Te quiero.
Sonia”
Bella historia de una celosa cotilla
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La curiosidad mató al gato
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